martes, 10 de diciembre de 2019

La buena ladrona


     La buena ladrona

El buen ladrón se llamaba Dimas; era de origen galileo y poseía una posada. Atracaba a los ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón, se parecía a Tobías, pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear a la turba de los judíos, robó los libros de la ley en Jerusalén, dejó desnuda a la hija de Caifás, que era a la sazón sacerdotisa del santuario, y substrajo incluso el depósito secreto colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías. (Protoevangelio de Santiago)


Yo no soy una ladrona, señor, he robado, sí, pero sin querer, que a mí me duele lo que he hecho más que a nadie, créame, señor, yo soy un pan bendito, con mucho miedo, pero un pan bendito, si yo fuera una ladrona no estaba aquí, si yo fuera una ladrona sería una mujer rica, y no lo soy, bien lo sabe dios que no lo soy, soy una mujer decente, tengo una familia decente y por lo tanto pobre, no pobre de pedir, no, que a eso no hemos llegado nunca, vivimos con apuros, pero salimos de ellos con honradez, siempre con honradez, sin que nadie pueda decir mira esos, pero a veces suceden las cosas más raras que uno pueda imaginar, y a mí me pasó ayer mismo, por culpa mía, es verdad, por eso estoy aquí, para contárselo y para devolver lo que no es mío.
 Yo tengo dos relojes, uno de oro, que me pongo cuando voy con mi marido, y otro con correa de cuero, que es el que uso cuando quiero saber la hora, por eso ayer, cuando Paula me llamó para que fuese a quedarme con el crío, me puse el que me tenía que poner, que si soy poco presumida ya de por mí, aseada y limpia sí, con tener que ir al barrio donde viven ni por pienso, porque la verdad no me gusta el barrio, es verdad que en todos los sitios hay dios, pero en algunos parece que está el diablo más suelto que en otros, y en el que al final han ido a vivir, mejor no tentarlo demasiado, pero las cosas son como son, que ya lo dicen ellos, a nosotros también nos gustaría vivir donde vivís vosotros, pero no podemos, no pueden, señor, los pisos se han puesto por las nubes, pobrecitos ellos, con dos sueldos y llegan a fin de mes ahogaditos, sin resuello, y claro luego pasa lo que pasa, Miguel dice que su barrio es hoy como el nuestro cuando vinimos nosotros, pero menuda diferencia, a lo mejor tiene razón, que no le digo yo que no, lo que pasa es que entonces no había ni la mitad de sinvergüenzas que hoy, y había un respeto, porque tener, lo que se dice tener, teníamos mucho menos que ellos hoy, pero había más conformidad, hoy la gente no se conforma con nada, señor, usted lo sabe como yo, quizá mejor que yo, porque por estas oficinas pasa lo peor del mundo, y lo quiere todo y ya, y así no puede ser, que hasta dios tardó una semana en hacer el mundo, y era dios, así que cuando tengo que ir a echarles una mano, que ellos saben que me tienen siempre, a Miguel y a mí nos tienen siempre y lo saben, cuando tengo que ir a su casa, digo, se me pasan por la cabeza todas las fechorías que se oyen por la radio, porque yo soy más de radio, sabe, porque mientras tu haces la casa pues te cuentan cosas y tú a lo tuyo, y cuentan unas coas, pues por eso salgo de casa con miedo, porque pienso en todas ellas y en algunas más que se me ocurren a mí y no descanso hasta que llego al portal, y ayer no fue distinto a otros días, por eso pasó lo que pasó, sin ser yo una ladrona, señor, se lo juro que no lo soy, pero claro son ahora los días tan cortos que cuando salí de allí ya era de noche y ya se sabe, en la oscuridad los miedos se hacen más grandes, por eso Paula, que ya sabe lo mío con el barrio, aunque no me dijo nada hizo lo que hizo, por acompañarme más que por pasear al crío, que bien paseado estaba y mire usted qué ganas iba a tener ella de salir de casa a pasear después de pasarse de pie todo el día en el Súper y que hacía frío ayer, pero da igual, cuando está de dios que pasen las cosas pasan.
 Fueron las pintas que llevaba el pobre chico las que me confundieron,  porque en cuanto llegó a la parada del autobús y le vi con aquellas greñas, y con aquel pendiente en la oreja, y sin afeitar, que no sé cómo hay hombres que no se afeitan, que se les pone una cara de malas personas que no sé, confunden, y así iba él, con aquellas pintas, aquella chupa de cuero llena de clavos, fue verle y empezar a pensar en lo peor, por no hacer caso a mi hija, que me lo tiene dicho, mamá no merece la pena tener miedo, si alguien quiere quitarte algo pues se lo das y santas pascuas, tampoco llevas tesoros encima, después de todo, dice ella difícil será que te encuentres con alguien que te robe más que lo que te robó el constructor que nos vendió la casa o el banco que nos dio la hipoteca, y tiene razón mi hija, señor, pero lo hacen con tanta mansedumbre que salimos de casa del notario agradecidos, que no se me borra de la mente cuando fuimos a comprar la casa con tres millones de pesetas en una bolsa de plástico, y contentos porque el constructor nos había guardado una cuarto piso de protección oficial durante tres meses, que fue el tiempo que tardamos en reunir de aquí y de allá todo aquel montón de dinero, y luego la hipoteca, nóminas, avales, como si llevásemos en la cara escrito que éramos delincuentes y no fuésemos a pagarles y los intereses que estaban al quince por ciento, y menos mal que Paula encontró este empleo pronto, que si no pobrecitos ellos, con aquel hipotecazo que se les quedó y el sueldecillo de mi yerno no habrían levantado cabeza, pero han salido adelante, que a los pobres nos roba todo el mundo, porque además de pobres somos ignorantes, que parece que la pobreza y la ignorancia son gemelas y los listos y ricos se aprovechan de nosotros, y aquel chico era más de nosotros que de nuestros contrarios, pero yo me obcequé con sus pintas e hice lo que hice, y tiene razón mi hija cuando me dice lo que me dice, que a mí no se me habrían ocurrido estas cosas de no habérselas oído a ella, que ha salido más lista que ninguno de nosotros, al revés, yo le discuto y me niego a darle la razón cuando la oigo hablar así y todo por no aceptar que hemos vivido engañados, que te piden el reloj, pues les das el reloj, que te dan un tirón, pues te cagas en la madre que le parió y te olvidas de él, ella dice estas cosas, es muy directa, yo nunca imaginé que iba a ser capaz de hacer lo que he hecho, señor, pero como siempre  voy con la labor de un lado para otro, se presentó la ocasión y mire usted, para mi desgracia ha sido, pero como llevaba en la cabeza que un día me tenía que pasar, parece un castigo de dios, pasó , porque fui yo la que terminé robando sin saber que robaba, pero aquel hombre tampoco actuó bien, porque subimos al autobús y sí, me dejó pasar, pero subió empujándome, que no está bien, que yo no llevaba bonobús y con los jaleos de los dineros y las cuentas me entretuve y él tenía que haber subido por la otra fila por donde suben los que llevan bonobús, no por la del conductor, y no quedarse allí detrás de mí empujándome como si no viera que yo estaba pagando y que no se podía pasar, que le dije un respeto y luego se sienta allí a mi lado, en los asientos que están al lado de la puerta de salida, los que no tienen otros asientos delante, usted se imagina, señor, con los asientos libres que había, como si estuviera tramando algo, que así lo pensé y lo sentí, este hombre qué quiere y cuando el autobús salió de la parada, que empieza la línea allí mismo, en el barrio, me levanté la manga del jersey con disimulo para ver la hora y ¡ay! que no tenía el reloj, me dio un vuelco el corazón y un sudor se me iba y otro se me venía mientras recorría mentalmente el camino desde casa al asiento y pensé que el único lugar donde podía haber desaparecido mi reloj era en la subida del autobús, y vi a Paula que ya se iba para casa empujando el carrito del niño y el autobús que salía y yo con aquel chico allí sentado a mi lado y recordé perfectamente un empujón cuando devolvía el monedero al bolso, que yo le dije un respeto, y muchas veces lo hacen así, te dan un golpe para que desvíes la atención hacia el dolor y mientras tanto te sacan lo que te quieren robar, y el ladrón estaba allí sentado a mi lado, se me salía el corazón por la boca pum, pum, pum y yo me dije éste no se me va, y tenía que actuar antes de la primera parada, antes de que se fuese, y la bolsa de labor la llevaba yo en el halda, allí delante, con las agujas de tejer hincadas en el ovillo y yo me dije si no te das prisa pierdes el reloj, tenía que actuar con rapidez y disimuladamente saqué una de ellas, me crucé de brazos, me acerqué un poco más a él, ahora ya sin miedo y le dije acercando la boca a su oreja, mientras apretaba con decisión la aguja a su costado y procuraba que llegara a sentirla en las carnes “deja inmediatamente el reloj en la bolsa o te agujereo las tripas”, actué con frialdad y disimulo, nadie se enteró  de lo que estaba sucediendo, solo él y el hombre me hizo caso, con el mismo disimulo dejó caer el reloj en la bolsa y como ya estábamos llegando a la siguiente parada, inmediatamente se bajó. No podía tolerar que me robasen ese reloj, aunque fuera el ejemplo que siempre ponía Paula de lo que no debería importarme dar en el caso de que me atracaran por la calle, llevaba veinticinco años conmigo y no me había fallado nunca, uno de los primeros que hubo en España con pila, suizo, mire un Eterna, una marca desconocida aquí, me lo trajo mi hermana de Suiza cuando fue a ver a aquel novio que el final se perdió y yo no había querido tener más relojes, el de oro, que me regaló mi marido con una fecha grabada que solamente él y yo sabemos lo que significa y éste que me pongo cuando necesito saber la hora, porque el de oro se estropeó hace mucho tiempo y no he querido arreglarlo, que lo das a un relojero y no sabes qué te va a hacer, te lo arregla sí, pero te saca los rubíes o las piezas valiosas y se quedan con ellas, al fin y al cabo yo solo lo uso cuando voy con Miguel, para presumir, es muy bonito y llama la atención, pero para saber la hora siempre éste.
 Me quedé tan contenta de haber recuperado el reloj que no quise ni cogerlo, lo había visto caer de reojo y había sentido el peso, así que me cercioré de que la bolsa estaba bien cerrada, cogí la boca de la bolsa en un puño y aguardé a llegar a casa, no fuera a ser que alguien me lo viera y ya sabe, señor, lo que se dice, que la ocasión hace al ladrón. Tenía que llamar a mi Paula en cuanto llegara a casa y contárselo, definitivamente no tenía razón mi hija, existen ladrones porque somos cobardes, lo que yo le digo, señor, si cuando alguien se siente atracado estuviera seguro de que los que están a su alrededor le iban a socorrer, se pondría a chillar y el caco saldría  corriendo, pero los ladrones saben perfectamente que justo lo que va a pasar es lo contrario, la gente acelera el paso si ve que puede tocarle a ella, o hará como que no ve, o que no va con ellos lo que ven, con tal de no meterse en jaleos, por eso hay ladrones, y fui todo el camino dándome razones en contra de las razones de mi hija y orgullosa de lo que había hecho y contenta de no haber dejado que me robaran el reloj, que ya no era solo por su valor y porque es un recuerdo de mi hermana, era por haber sabido defenderme y por no dejar que me pisaran, por mis agallas para defender lo mío, y así llegué a casa cuando sonaba el teléfono y dije qué prisa se ha dado Paula en llamar, eso pensé porque decir no dije nada, a quién iba yo a decir si estaba sola, pero se dice así, aunque uno no diga, que ella siempre llama para saber que he llegado con bien y para que me quede yo tranquila, que es un sol bendito mi hija, y fui rápido a coger el teléfono porque a mí el oír el ring-ring parece que suena a urgencia, como si fuese la sirena de una ambulancia, y yo es oír que suena y me lanzo por la ansiedad que me da, que me parece que en algún sitio hay una vida pendiente de un hilo y lo cojo y era mi hija, Paula, que me preguntaba qué tal había llegado y me decía que no me preocupara por el reloj, que me lo había dejado olvidado en el cuarto de baño, encima del lavabo, y yo ¡ay, dios mío!, y mi hija qué pasa mamá y yo nada hija, que tengo un sofoco del viaje, y ella pero te ha pasado algo mamá y yo nada, que qué me va a pasar, si he llegado en un plisplás, y ella mañana de camino al trabajo te lo llevo, y yo bueno, buenas noches y que descanses, mamá, y yo buenas noches hija, y colgamos las dos.
 Por eso he venido hoy en cuanto ha abierto la comisaría, , que está siempre abierta, pues mejor, de haberlo yo sabido, anoche mismo estaba aquí, que el sofoco que llevo, sin decírselo a nadie, ni a ella cuando ha venido, que todavía no me había levantado y ha entrado sin hacer ruido y lo ha dejado encima del butacón de la entrada, y gracias que mi marido está en el pueblo y no se va a enterar tampoco,  porque yo no soy una ladrona, aunque haya robado, tómelo usted, que yo no puedo ni comer ni dormir con este cargo, que a mí me duele más que a nadie lo que he hecho y el pobre chico que me perdone como espero que me perdone dios.

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