La buena ladrona
“El
buen ladrón se llamaba Dimas; era de origen galileo y poseía una posada.
Atracaba a los ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón, se
parecía a Tobías, pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear
a la turba de los judíos, robó los libros de la ley en
Jerusalén, dejó desnuda a la hija de Caifás, que era a la
sazón sacerdotisa del santuario, y substrajo incluso el depósito secreto
colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías. (Protoevangelio
de Santiago)
Yo
no soy una ladrona, señor, he robado, sí, pero sin querer, que a mí me duele lo
que he hecho más que a nadie, créame, señor, yo soy un pan bendito, con mucho miedo, pero un pan bendito, si yo fuera
una ladrona no estaba aquí, si yo fuera una ladrona sería una mujer rica, y no
lo soy, bien lo sabe dios que no lo soy, soy una mujer decente, tengo una
familia decente y por lo tanto pobre, no pobre de pedir, no, que a eso no hemos
llegado nunca, vivimos con apuros, pero salimos de ellos con honradez, siempre
con honradez, sin que nadie pueda decir mira esos, pero a veces suceden las
cosas más raras que uno pueda imaginar, y a mí me pasó ayer mismo, por culpa
mía, es verdad, por eso estoy aquí, para contárselo y para devolver lo que no
es mío.
Yo tengo dos relojes, uno de oro,
que me pongo cuando voy con mi marido, y otro con correa de cuero, que es el
que uso cuando quiero saber la hora, por eso ayer, cuando Paula me llamó para
que fuese a quedarme con el crío, me puse el que me tenía que poner, que si soy
poco presumida ya de por mí, aseada y limpia sí, con tener que ir al barrio
donde viven ni por pienso, porque la verdad no me gusta el barrio, es verdad
que en todos los sitios hay dios, pero en algunos parece que está el diablo más
suelto que en otros, y en el que al final han ido a vivir, mejor no tentarlo
demasiado, pero las cosas son como son, que ya lo dicen ellos, a nosotros
también nos gustaría vivir donde vivís vosotros, pero no podemos, no pueden,
señor, los pisos se han puesto por las nubes, pobrecitos ellos, con dos sueldos
y llegan a fin de mes ahogaditos, sin resuello, y claro luego pasa lo que pasa,
Miguel dice que su barrio es hoy como el nuestro cuando vinimos nosotros, pero
menuda diferencia, a lo mejor tiene razón, que no le digo yo que no, lo que
pasa es que entonces no había ni la mitad de sinvergüenzas que hoy, y había un
respeto, porque tener, lo que se dice tener, teníamos mucho menos que ellos
hoy, pero había más conformidad, hoy la gente no se conforma con nada, señor,
usted lo sabe como yo, quizá mejor que yo, porque por estas oficinas pasa lo
peor del mundo, y lo quiere todo y ya, y así no puede ser, que hasta dios tardó
una semana en hacer el mundo, y era dios, así que cuando tengo que ir a
echarles una mano, que ellos saben que me tienen siempre, a Miguel y a mí nos
tienen siempre y lo saben, cuando tengo que ir a su casa, digo, se me pasan por
la cabeza todas las fechorías que se oyen por la radio, porque yo soy más de radio, sabe, porque mientras tu haces la casa pues te cuentan cosas y tú a lo tuyo, y cuentan unas coas, pues por eso salgo de casa con miedo, porque pienso en todas ellas y en algunas más que se me ocurren a mí y no descanso hasta que llego al portal, y
ayer no fue distinto a otros días, por eso pasó lo que pasó, sin ser yo una
ladrona, señor, se lo juro que no lo soy, pero claro son ahora los días tan
cortos que cuando salí de allí ya era de noche y ya se sabe, en la oscuridad
los miedos se hacen más grandes, por eso Paula, que ya sabe lo mío con el
barrio, aunque no me dijo nada hizo lo que hizo, por acompañarme más que por
pasear al crío, que bien paseado estaba y mire usted qué ganas iba a tener ella
de salir de casa a pasear después de pasarse de pie todo el día en el Súper y
que hacía frío ayer, pero da igual, cuando está de dios que pasen las cosas
pasan.
Fueron las pintas que llevaba el pobre chico
las que me confundieron, porque en cuanto
llegó a la parada del autobús y le vi con aquellas greñas, y con aquel
pendiente en la oreja, y sin afeitar, que no sé cómo hay hombres que no se
afeitan, que se les pone una cara de malas personas que no sé, confunden, y así
iba él, con aquellas pintas, aquella chupa de cuero llena de clavos, fue verle
y empezar a pensar en lo peor, por no hacer caso a mi hija, que me lo tiene
dicho, mamá no merece la pena tener miedo, si alguien quiere quitarte algo pues
se lo das y santas pascuas, tampoco llevas tesoros encima, después de todo, dice
ella difícil será que te encuentres con alguien que te robe más que lo que te
robó el constructor que nos vendió la casa o el banco que nos dio la hipoteca,
y tiene razón mi hija, señor, pero lo hacen con tanta mansedumbre que salimos
de casa del notario agradecidos, que no se me borra de la mente cuando fuimos a
comprar la casa con tres millones de pesetas en una bolsa de plástico, y
contentos porque el constructor nos había guardado una cuarto piso de
protección oficial durante tres meses, que fue el tiempo que tardamos en reunir
de aquí y de allá todo aquel montón de dinero, y luego la hipoteca, nóminas,
avales, como si llevásemos en la cara escrito que éramos delincuentes y no
fuésemos a pagarles y los intereses que estaban al quince por ciento, y menos
mal que Paula encontró este empleo pronto, que si no pobrecitos ellos, con
aquel hipotecazo que se les quedó y el sueldecillo de mi yerno no habrían
levantado cabeza, pero han salido adelante, que a los pobres nos roba todo el
mundo, porque además de pobres somos ignorantes, que parece que la pobreza y la
ignorancia son gemelas y los listos y ricos se aprovechan de nosotros, y aquel
chico era más de nosotros que de nuestros contrarios, pero yo me obcequé con
sus pintas e hice lo que hice, y tiene razón mi hija cuando me dice lo que me
dice, que a mí no se me habrían ocurrido estas cosas de no habérselas oído a
ella, que ha salido más lista que ninguno de nosotros, al revés, yo le discuto
y me niego a darle la razón cuando la oigo hablar así y todo por no aceptar que
hemos vivido engañados, que te piden el reloj, pues les das el reloj, que te
dan un tirón, pues te cagas en la madre que le parió y te olvidas de él, ella
dice estas cosas, es muy directa, yo nunca imaginé que iba a ser capaz de hacer
lo que he hecho, señor, pero como siempre
voy con la labor de un lado para otro, se presentó la ocasión y mire
usted, para mi desgracia ha sido, pero como llevaba en la cabeza que un día me
tenía que pasar, parece un castigo de dios, pasó , porque fui yo la que terminé
robando sin saber que robaba, pero aquel hombre tampoco actuó bien, porque
subimos al autobús y sí, me dejó pasar, pero subió empujándome, que no está
bien, que yo no llevaba bonobús y con los jaleos de los dineros y las cuentas
me entretuve y él tenía que haber subido por la otra fila por donde suben los
que llevan bonobús, no por la del conductor, y no quedarse allí detrás de mí
empujándome como si no viera que yo estaba pagando y que no se podía pasar, que
le dije un respeto y luego se sienta allí a mi lado, en los asientos que están
al lado de la puerta de salida, los que no tienen otros asientos delante, usted
se imagina, señor, con los asientos libres que había, como si estuviera
tramando algo, que así lo pensé y lo sentí, este hombre qué quiere y cuando el
autobús salió de la parada, que empieza la línea allí mismo, en el barrio, me
levanté la manga del jersey con disimulo para ver la hora y ¡ay! que no tenía
el reloj, me dio un vuelco el corazón y un sudor se me iba y otro se me venía
mientras recorría mentalmente el camino desde casa al asiento y pensé que el
único lugar donde podía haber desaparecido mi reloj era en la subida del
autobús, y vi a Paula que ya se iba para casa empujando el carrito del niño y
el autobús que salía y yo con aquel chico allí sentado a mi lado y recordé
perfectamente un empujón cuando devolvía el monedero al bolso, que yo le dije
un respeto, y muchas veces lo hacen así, te dan un golpe para que desvíes la
atención hacia el dolor y mientras tanto te sacan lo que te quieren robar, y el
ladrón estaba allí sentado a mi lado, se me salía el corazón por la boca pum,
pum, pum y yo me dije éste no se me va, y tenía que actuar antes de la primera
parada, antes de que se fuese, y la bolsa de labor la llevaba yo en el halda,
allí delante, con las agujas de tejer hincadas en el ovillo y yo me dije si no
te das prisa pierdes el reloj, tenía que actuar con rapidez y disimuladamente
saqué una de ellas, me crucé de brazos, me acerqué un poco más a él, ahora ya
sin miedo y le dije acercando la boca a su oreja, mientras apretaba con
decisión la aguja a su costado y procuraba que llegara a sentirla en las carnes
“deja inmediatamente el reloj en la bolsa o te agujereo las tripas”, actué con
frialdad y disimulo, nadie se enteró de
lo que estaba sucediendo, solo él y el hombre me hizo caso, con el mismo
disimulo dejó caer el reloj en la bolsa y como ya estábamos llegando a la
siguiente parada, inmediatamente se bajó. No podía tolerar que me robasen ese
reloj, aunque fuera el ejemplo que siempre ponía Paula de lo que no debería
importarme dar en el caso de que me atracaran por la calle, llevaba veinticinco
años conmigo y no me había fallado nunca, uno de los primeros que hubo en
España con pila, suizo, mire un Eterna, una marca desconocida aquí, me lo trajo
mi hermana de Suiza cuando fue a ver a aquel novio que el final se perdió y yo
no había querido tener más relojes, el de oro, que me regaló mi marido con una
fecha grabada que solamente él y yo sabemos lo que significa y éste que me
pongo cuando necesito saber la hora, porque el de oro se estropeó hace mucho
tiempo y no he querido arreglarlo, que lo das a un relojero y no sabes qué te
va a hacer, te lo arregla sí, pero te saca los rubíes o las piezas valiosas y
se quedan con ellas, al fin y al cabo yo solo lo uso cuando voy con Miguel,
para presumir, es muy bonito y llama la atención, pero para saber la hora
siempre éste.
Me quedé tan contenta de haber recuperado el
reloj que no quise ni cogerlo, lo había visto caer de reojo y había sentido el
peso, así que me cercioré de que la bolsa estaba bien cerrada, cogí la boca de
la bolsa en un puño y aguardé a llegar a casa, no fuera a ser que alguien me lo
viera y ya sabe, señor, lo que se dice, que la ocasión hace al ladrón. Tenía
que llamar a mi Paula en cuanto llegara a casa y contárselo, definitivamente no
tenía razón mi hija, existen ladrones porque somos cobardes, lo que yo le digo,
señor, si cuando alguien se siente atracado estuviera seguro de que los que
están a su alrededor le iban a socorrer, se pondría a chillar y el caco
saldría corriendo, pero los ladrones
saben perfectamente que justo lo que va a pasar es lo contrario, la gente
acelera el paso si ve que puede tocarle a ella, o hará como que no ve, o que no
va con ellos lo que ven, con tal de no meterse en jaleos, por eso hay ladrones,
y fui todo el camino dándome razones en contra de las razones de mi hija y
orgullosa de lo que había hecho y contenta de no haber dejado que me robaran el
reloj, que ya no era solo por su valor y porque es un recuerdo de mi hermana,
era por haber sabido defenderme y por no dejar que me pisaran, por mis agallas
para defender lo mío, y así llegué a casa cuando sonaba el teléfono y dije qué
prisa se ha dado Paula en llamar, eso pensé porque decir no dije nada, a quién
iba yo a decir si estaba sola, pero se
dice así, aunque uno no diga, que ella siempre llama para saber que he llegado
con bien y para que me quede yo tranquila, que es un sol bendito mi hija, y fui
rápido a coger el teléfono porque a mí el oír el ring-ring parece que suena a
urgencia, como si fuese la sirena de una ambulancia, y yo es oír que suena y me
lanzo por la ansiedad que me da, que me parece que en algún sitio hay una vida
pendiente de un hilo y lo cojo y era mi hija, Paula, que me preguntaba qué tal
había llegado y me decía que no me preocupara por el reloj, que me lo había
dejado olvidado en el cuarto de baño, encima del lavabo, y yo ¡ay, dios mío!, y
mi hija qué pasa mamá y yo nada hija, que tengo un sofoco del
viaje, y ella pero te ha pasado algo mamá y yo nada, que qué me va a pasar, si
he llegado en un plisplás, y ella mañana de camino al trabajo te lo llevo, y yo
bueno, buenas noches y que descanses, mamá, y yo buenas noches hija, y colgamos
las dos.
Por eso he venido hoy en cuanto ha abierto la
comisaría, , que está siempre abierta, pues mejor, de haberlo yo sabido, anoche
mismo estaba aquí, que el sofoco que llevo, sin decírselo a nadie, ni a ella
cuando ha venido, que todavía no me había levantado y ha entrado sin hacer
ruido y lo ha dejado encima del butacón de la entrada, y gracias que mi marido
está en el pueblo y no se va a enterar tampoco,
porque yo no soy una ladrona, aunque haya robado, tómelo usted, que yo
no puedo ni comer ni dormir con este cargo, que a mí me duele más que a nadie
lo que he hecho y el pobre chico que me perdone como espero que me perdone
dios.
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