Un hombre llamado Flor de Otoño
-Todo comenzó a complicarse entre nosotros el día que aceptaste el papel; bueno, quizá antes, quizá el día que te presentaste al casting. Que, además, te ofrecieran el papel de protagonista, fue un halago que todavía no has superado.
-No estoy de acuerdo. Fue el día que me decidí a hablarte sobre mis sentimientos, cuando cambió todo entre nosotros.
Como casi siempre, la inminencia de la gira por los teatros de provincias nos volvía muy sensibles, exacerbaba las pequeñas neurosis con las que convivíamos pacíficamente el resto del año y estresaba nuestra convivencia. En aquella ocasión representábamos la obra que retrata con crudeza el lejano mundo de la dictadura de Primo de Rivera en uno de sus aspectos más silenciados, el de la homosexualidad, el travestismo. Es sabido que el Dictador, que era un cliente fervoroso de los protíbulos, lo abominaba y perseguía.
-Claro. ¡Si vienes y me dices que temes estar enamorándote de Antonio…! Aunque ya estaba yo con la mosca detrás de la oreja, no te creas. Aquella excitación emocional con las que venías después de los ensayos…No es la primera vez que te he visto disfrutar sobre las tablas. ¡Si tuviera que ponerme celosa por lo que pase en el escenario o entre bambalinas...! Pero ya sé que son como las cornadas de los toreros, gajes del oficio. Aunque esta vez no es lo mismo.
-Preferirías que no te hubiera dicho nada.
-Prefiero que diferencies lo que es la vida de lo que es el teatro. Y eso, lo que dices que sientes hacia Antonio, es el teatro. Se termina la obra y cada uno a su casa. Aquí tienes la vida, nos tienes a mí y a tus dos hijas, que intentan verte todas las noches y todas las noches se quedan dormidas antes de que vengas…Pronto vendrá la gira y dejarás de vernos y de verte nosotras a ti. Y da gracias que sus compañeros del cole no se han enterado de la obra que haces, que si se enteran, se lo harían pasar mal.
-Es verdad. Tienes razón. Aunque quizá no toda. Aparte de este mundo de necesidades y compromisos están los deseos. De eso quería que hablásemos cuando te dije que temía estar enamorándome de Antonio.
Creo que ya es hora de que aceptemos la necesidad que tenemos de poder reconocernos mutuamente la posibilidad de poder nombrar lo que deseamos, lo que sentimos, quizá de poder vivirlo, ya se verá. Pienso que nuestros deseos, que los hemos tenido desatendidos, deben formar parte de nuestra vida en común. El día que te casas, el día que tienes hijos, no desaparece la producción de esta maquinita que la moderna neurología sitúa entre el hipotálamo, la amígdala cerebral y el hipocampo. De esto va la obra, de cómo se enconan y se envenenan las vidas de las personas que se ven obligadas a vivir como si ese mundo interior, el mundo de los anhelos y los temores no existiese. Eso era la Dictadura de Primo de Rivera, un monumento a la apariencia, mientras los españoles se desangraban, en la miseria, en guerras falsamente heroicas, en la corrupción, bajo la hipócrita vigilancia eclesiástica sobre las costumbres de los pobres, porque los ricos habían dejado de hacerles caso…
Creo que ya es hora de que aceptemos la necesidad que tenemos de poder reconocernos mutuamente la posibilidad de poder nombrar lo que deseamos, lo que sentimos, quizá de poder vivirlo, ya se verá. Pienso que nuestros deseos, que los hemos tenido desatendidos, deben formar parte de nuestra vida en común. El día que te casas, el día que tienes hijos, no desaparece la producción de esta maquinita que la moderna neurología sitúa entre el hipotálamo, la amígdala cerebral y el hipocampo. De esto va la obra, de cómo se enconan y se envenenan las vidas de las personas que se ven obligadas a vivir como si ese mundo interior, el mundo de los anhelos y los temores no existiese. Eso era la Dictadura de Primo de Rivera, un monumento a la apariencia, mientras los españoles se desangraban, en la miseria, en guerras falsamente heroicas, en la corrupción, bajo la hipócrita vigilancia eclesiástica sobre las costumbres de los pobres, porque los ricos habían dejado de hacerles caso…
-También pienso que hemos dicho palabras definitivas (siempre, nunca, hasta la muerte) mucho antes de saber si tendríamos fuerzas suficientes para soportar su peso. Nos hemos hecho promesas sin calcular cuán largo es el tiempo de una vida, llevados por nuestra inconsciencia, confiados en la determinación de nuestra voluntad.
La representación de la obra me había exigido entrar en contacto con mi mundo emocional, y en aquel buceo en el turbulento mundo de los deseos se habían resquebrajado los temores que los cubrían y guardaban. Desde que comencé a estudiar teatro pensé, no sé si decir también que temí y desee, una situación así. Claro que me había sentido atraído por algunos compañeros, y por algunas compañeras, pero en ningún caso habían supuesto para mí lo que aquella relación con Antonio, (Armengol, en la obra) Desde los primeros ensayos. Aquella atracción no desaparecía cuando me iba a casa y volvía a encontrar a mi mujer y a mis hijas; más bien, al revés. Ahora sentía hacia ellas una especie de cólera soterrada, como si fuesen ellas la causa, las culpables de que no pudiese vivir con libertad aquello que nacía en mí, algo que me parecía más fuerte que yo, y que no quería dejar de vivir.
-Además del deseo está el compromiso. O a lo mejor crees que yo no me he encontrado con tíos que me han hecho pensar en que eran más interesantes que tú. A lo mejor no lo eran, pero en un rato de conversación me hacían creer que sí. Yo nunca me he dejado perder de vista que estoy contigo, que lo nuestro es esto; esto y lo que sepamos hacer juntos.
-No sé cómo habría reaccionado si te hubieras atrevido a hablarme de ello. Hoy estoy seguro de estar preparado para escucharte.
Yo mismo me lo decía. Hasta para sacar una obra adelante se necesita un compromiso. En el contrato tenemos fuertes penalizaciones si lo rompemos y dejamos a los demás con el culo al aire. Y dentro de la profesión se ve muy mal a quien hace estas faenas. Por eso quise hablar con ella, porque no pensaba dejarlos tirados a ellos, que son mi vida, pero tampoco estaba dispuesto a renunciar a lo que deseaba con tanta fuerza. En esta tensión vivía cuando me decidí a hablarlo.
-No os voy a querer más porque tenga que reprimir lo que estoy sintiendo.
-¿Y has pensado en mí? ¿Has pensado en las veces que yo he dicho no, porque te tenía a ti? ¿Has pensado cómo me sentiré yo la noche que vuelvas después de haberte revolcado con Antonio? ¿O cómo te sentirás tú? Porque tampoco lo sabes. La vida va a seguir. Sí, el día que te des el gusto, si te lo das, no se va a terminar nada. Al día siguiente tendrás que decidir si sí o si no, otra vez.
Estábamos a punto de cerrar, de tomarnos un pequeño descanso antes de iniciar la gira por los teatros de España. La tensión del inicio de la gira había precipitado aquella conversación que nos merecíamos los dos, pero que aplazábamos continuamente. No era el mejor momento, pero así son las cosas.
Comenzábamos la gira en Valladolid, en el magnífico teatro Calderón, en el centro de la capital. Estábamos destinados a revivir allí, en el teatro del preboste de los dramas del honor conyugal, un conflicto de posesión, de honor, de violencia y de venganza muy de nuestros días. Porque también el amor homosexual puede repetir los patrones del amor posesivo: los celos, la violencia del fuerte sobre el más débil, la venganza, la traición, el asesinato. Si no se es capaz de alcanzar el acuerdo de un espacio propio para vivir los propios deseos, el compromiso de respetar los deseos ajenos…
Estrenamos el jueves. La obra venía anticipada por una buena crítica y en la memoria de muchos seguía estando aquella magistral interpretación de José Sacristán en la película de Pedro Olea a finales de los setenta. Terminamos la función y “Armengol” me dijo que se iba, que no le esperásemos, que iba a cenar con una amiga de Valladolid.
Aquella tensión sexual no resuelta que yo había ido acumulando desde el primer día de los ensayos y que, de manera confusa, esperaba poder resolver algún día de la gira, porque Antonio era el único que tenía una vida homosexual tan doble como la que se representa en la obra, se sintió traicionada. Entró en el camerino José, que en la obra hace de novio mío. Al principio, él y yo habíamos hablado de todo. Ningún actor puede tocar a otro sin haberlo hablado, pactado, antes. Tocar es perturbar, habíamos aprendido en la escuela de teatro. La tensión lógica de aquellas situaciones, de aquellos contactos íntimos, no nos habían inquietado demasiado.
-“Los dos sabemos quiénes somos”,-nos dijimos- y sobre aquella seguridad habíamos desplegado los minuciosos gestos y miradas, las nuevas tonalidades de nuestras voces y el repertorio de movimientos con los que poníamos en pie, delante del público, mi papel de travestido, nuestra relación homosexual. Pero estábamos lejos de saberlo.
-“Antonio se ha ido” – le dije, sin añadir con quién. Me ayudó a quitarme la peluca, a deshacerme de los artilugios con los que componía mi imagen travestida en el escenario y de allí pasamos a tocarnos, a acariciarnos, a agarrarnos, a fundir nuestras bocas, a sentirme atrapado por aquellos brazos fuertes que me abrazaban en el teatro, a sentir nuestros sexos duros, a buscarnos, a liberarnos del estorbo de nuestras vestiduras, a disfrutar de nuestro cuerpos sin decir palabras, solo suspiros y la fatiga de nuestras respiraciones acompasadas, hasta que caímos derrotados.
Nos quedamos en silencio. Hicimos esperar al regidor y, al salir, nos sentimos mirados con extrañeza por los encargados de cerrar el teatro. Cenamos algo en una de las muchas tascas de tapas que hay en la ciudad y nos fuimos al Hotel Gareus, que era la residencia de la compañía. En el recibidor, nos encontramos con Antonio y su amiga que salían. Nos cruzamos miradas como espadas de hielo y, cuando ya nos habíamos despedido en el rellano, y José cerraba la puerta de su habitación, me di la vuelta, interpuse mi pie antes de que llegase al marco, y me introduje con él en ella.
Como habíamos quedado, el viernes, después de comer hablamos por videoconferencia.
-¿Qué tal anoche?- me preguntó Paula.
-Bien. Muy bien. Acojona un poco representar esta obra bajo la mirada estricta de Calderón de la Barca, allá arriba, en el rosetón del techo. Los vallisoletanos han respondido de puta madre.
-¿Y el hotel?
- El hotel muy bien. Tiene una cama demasiado grande para uno solo.
Las niñas estaban entusiasmadas y me preguntaban si ya íbamos a volver.Gabriel Sanz