domingo, 19 de enero de 2020

(20) Pequeños relatos. Grandes historias.


                                                       Últimas palabras

             "Nos hemos querido ¿verdad?" Estas fueron las últimas palabras que guardó de él. En sus largos años de viudez volvió muchas veces sobre ellas. Parecían palabras dichas desde un tiempo ya terminado, si es que no lo eran desde un amor ya terminado. No dijo "te quiero" o "nos queremos", como dos seres vivos, dos amores vivos que, si no más, pueden buscar mutuo amparo, en aquellas últimas horas, en sus ojos diez mil veces mirados, en unas manos que confunden con las propias. No eran las palabras del "amor más fuerte que la muerte" que cantan los poetas; apenas una pregunta.


                                                          Estadísticas

           Estaban obsesionados con el número de muertos. Necesitaban una montaña muy alta de cadáveres. Como eran incapaces de imaginar ni sentir el dolor, dedicaban sus energías a los enjuagues con los números. Ninguno les parecía suficientemente grande, ninguno tenía el tamaño de su ambición.   


                                                         Viejos saberes     

 Cuando conocí su destreza, la habilidad que tenían para torcer el derecho, deduje que no eran conocimientos recientes, pues no da la vida de un solo hombre para aprender las artimañas que ellos eran capaces de fabricar con simples palabras. Aquella orfebrería del lenguaje, aquella voz persuasiva con las que conseguían moldear el juicio de las personas sencillas, mostraban bien a las claras su vieja raigambre, su prosapia. 


                                                         Paradojas
          
        Por pura distracción, por llenar un tiempo bajo en la rutina de este encerramiento, me he acercado al ordenador y he escrito en la barra de Google: "vale más una imagen que mil palabras". Siete palabras, solamente. Treinta y un caracteres.
           Respuesta de Google: "Aproximadamente 76.700.000 resultados (45 segundos)" 
           Ironías del destino: setenta y seis millones de entradas de palabras escritas para defender el poder
 y preeminencia de la imagen.
           No nos precipitemos: La palabra escrita también es una imagen. 
           -"Hijo, el que no sabe es como el que no ve" -decía mi madre.

           


                                                       Nadie  (Polifemo)


         Pusimos la lupa de nuestra atención en aquel virus (un ácido nucleico rodeado de proteínas de tamaño submicroscópico) y creció hasta ocupar los servicios de urgencia, lo noticiarios de las televisiones y las camas de los hospitales. También vació las aulas, los teatros y los estadios. Desalojó de las agencias de noticias las lluvias torrenciales, el deshielo de la Antártida, la interminable guerra de Siria, los incendios de Australia, el número insoportable de muertes en la charca que separa y une dos continentes y una frontera que superará las alturas himalayas. También invadió el salón de nuestras casas. En todos aquellos lugares seguían los desastres y se amontonaban los muertos. Tenemos dos ojos, pero una sola lupa, como un solo corazón.  Como si en nuestro pequeño pecho  no tuviéramos lugar para hospedar dos pesares juntos.



                                                          El quijote          

Su apariencia era como la de cualquier otro anciano del pueblo, hasta que se ponía a hablar. El primer anuncio del final de los tiempos no salió de la boca de los sacerdotes ni de los sabios, sino de los labios algo temblorosos del Tío Chileno. El Tío Chileno había atracado en el muelle del pueblo para vivir los últimos años de su vida, después de haber navegado por las aguas, unas veces turbias, otras transparentes y siempre temibles del ancho mundo. En los muchos años que había vivido sin raíces, había ido creciendo en su cabeza la planta de la sabiduría del hombre fracasado
- En Norteamérica todas las familias tienen al menos un coche.
Eso dijo un día de sol invernal, sentado en un corro de mujeres que buscaban el abrigo de la solana mientras zurcían ropas gastadas y contaban sin esfuerzo historias del pueblo que, en su memoria pervivían sin final, enhebradas unas con otras, enredadas en nombres y genealogías y que cualquiera de ellos podía evocar con solo mencionar un nombre, un lugar, una fecha.
Todos los presentes reaccionaron con estupor ante aquellas palabras, y aunque nadie se atrevió a decirle a la cara lo que pensaban de lo que acababan de oír, cuando las presentes echaron a rodar aquella insólita historia por las cocinas del pueblo se preocuparon de acompañarla de su apreciación personal.
- El tío Chileno está tonto. Dice que en América todos tiene coche.
Que algunas personas te consideren tonto, sin serlo, tiene sus ventajas. A partir de ahí podrás hacer lo que no se le permitiría a un listo. 


                                     
                                          Historia antigua

-¡Se la ha tragado, tío!
Estaban los dos en la cabina. El mayor, a veces hablaba y otras escuchaba. Cuando escuchaba, alejaba un poco el auricular de su oreja, y con la mano libre hacia gestos como quien hace girar una rueda que tuviera el centro del eje en su oído. El más joven, a su lado, no paraba de mostrar lo bien que se lo estaba pasando: se reía, le daba palmadas en el hombro al mayor, se doblaba para apagar el ruido de su risa, abría la boca y los ojos con gestos de una admiración algo excesiva. Me acerqué un poco. Quise que me vieran esperando para hacer mi llamada, y en los momentos que dejaban de rugir los camiones que abandonaban el infierno de aquellos cinco kilómetros que cruzaban Valencia, pude seguir parte de la conversación.
-No, cariño, que no llego tarde. Se nos ha liado la reunión. He salido un momento. para llamarte. No te preocupes. A ver si termina este coñazo.
- Sí, cariño. De Gandía a Valencia, una hora.
-Que sí, cariño.
- Si ves que tardo, pues te acuestas.
- Nada. A lo mejor tomo algo por aquí, antes de coger el coche.
Salieron los dos de la cabina dándose palmadas en la espalda y muertos de risa.
Fue en ese momento, cuando se lo oí decir al mayor. 
Los vi entrar por la puerta de la barra americana que estaba al lado de la autovía, a la salida de la ciudad. 

   

                                             La sintaxis, esa facultad del alma  (Homenaje a F. Umbral)

                Por cada maestro que dejaban sin trabajo, tendrían que contratar dos policías. Por cada colegio que se quedaba sin construir, alzarían una cárcel. Por cada euro que evadían, se veían obligados a levantar una hilera de ladrillos las vallas que rodeaban sus propiedades.
               Decidieron construir pocos colegios muy lujosos y que continuaran los barracones. Era la forma de encubrir con el despilfarro en los edificios su desprecio por la educación.
               Como su alma carecía de la facultad de la sintaxis, desconocían la relación entre un presente mendaz y un futuro doloroso. Tampoco advertían la relación del sujeto con el predicado, ni acertaban con la forma verbal de las oraciones subordinadas. Para solucionar estos problemas de imagen, contrataron escribanos que diesen coherencia gramatical a ideas que acusaban una preocupante falta de sintaxis. Hubo un auge nunca visto de salidas profesionales para titulados en humanidades.
              Los discursos desbordaban figuras literarias y dejaron de interesar a los que les escuchaban. Se dieron cuenta de que, por fin, lo habían conseguido.


                                                         El amor

                 Hacía unas tortillas memorables. Seleccionaba las patatas, las pelaba y las troceaba con mucho cuidado. Había descubierto que su amor por los tubérculos era del mismo género que el amor que profesaba a su familia. Las patatas, a cambio, le respondían siempre con su afecto. La mujer y los hijos, a veces, se olvidaban.


                                                             El lenguaje de los sueños

          Antes de acostarse dejó sobre la mesita las gafas, la cartera y el móvil, que le haría de despertador, como todos los días. Comprobó otra vez que el billete de la lotería premiado estaba allí, entre dos billetes de veinte euros, y volvió a revivir la emoción que había sentido cuando comprobó en la web los resultados del penúltimo sorteo. ¡Llevaban diez días siendo ricos, sin saberlo! Pero acababa de saberlo, y eso lo cambiaba todo, aunque, hasta ese momento, todavía no hubiese cambiado nada. Su alegría primera había quedado sepultada por tal cúmulo de ocurrencias y de sueños, que le había costado aparentar ante él la tranquilidad que no tenía. Se quedo viendo la televisión como todas las noches y él se acostó temprano, como siempre. Ahora dormía. Su respiración era sonora, pero sin llegar al ronquido, parecía descansar.
            -¿Debería decírselo?- Dudaba.
Al fin y al cabo, el número lo compró, como siempre, con su propio dinero. Lo habían decidido hacía mucho tiempo.
-"Si quieres tirar el dinero, hazlo con el tuyo"-  le había dicho un día para terminar una discusión sobre aquella afición que él ni compartía ni aprobaba.
        Cada semana, al recoger el décimo, recordaba aquellas palabras y sentía un pegajosa culpabilidad en el acto de pagarlo. Carlos había tenido razón durante casi mil semanas, pero ya no. 
        Se durmió tarde, agotada por el incesante maquinar de su mente. Soñó con el cuadro de la entrada de la casa: aquellas dos barcas en medio del mar, tan próximas, avanzaban en trayectorias divergentes                                                 



                                                           La dana

              Llegó el temporal de invierno e hizo auditoría de nuestros muchos pecados. Señaló con su dedo a los alcaldes, a los arquitectos, a los ingenieros de caminos canales y puertos, y no tomó cuenta de quienes se creían justos ni de los que se sabían pecadores.


             
                                                             Los héroes

En el parlamento, los diputados discutieron la participación del país en la guerra. La mayoría que sustentaba al gobierno logró sacar adelante su propuesta. Hubo abrazos de entusiasmo, aplausos, felicitaciones por la victoria . El ministro de defensa se apresuró a enviar 1.300 soldados para apoyar la coalición. Todavía estaban frescas en las televisiones las imágenes de la victoria parlamentaria, cuando comenzaron las bajas en el frente. Los diputados victoriosos cayeron en la cuenta de que se habían olvidado de preparar los féretros y se apresuraron a subsanar el fallo. Los ministros se preocuparon de no fallar en el atuendo apropiado para los funerales. Ante los ataúdes cubiertos por la bandera de la nación, las autoridades leyeron discursos muy sentidos. 



                                                           La huida

                Me desperté tarde. El otro lado de la cama estaba vacío. La puerta del armario del pasillo estaba abierta. Me acerqué. De la barra, colgaban las perchas desnudas y lucían limpios los estantes donde le colocaba la ropa interior. Por la hiendas de las persianas se filtraban los rayos de un sol claro que dibujaban unos puntos suspensivos en los estores. El amanecer había arrasado con los restos de la tormenta vespertina. Si dijera que sentí dolor, mentiría. 


                                                La gota. El vaso
               
  Cuando llegué estaban poniendo la mesa para cenar. Abrí la puerta de la cocina y saludé.
  -“ Ya estoy aquí. Me cambio los zapatos y vengo. El mantel está del revés” – les dije
 ya en el pasillo, camino de la habitación.
             Desde allí, oí un estruendo de cacharros que caían al suelo y luego el silencio.
            -“Qué ha pasado” –pregunté mientras me ponía de prisa las zapatillas de andar por casa.
            La imagen de la mesa, apenas vista, apareció entonces en mi mente con toda nitidez: los platos nuevos, los cubiertos, los vasos, las copas para el vino, la botella de Torremilanos ya abierta, aquellas dos pequeñas fuentes de cerámica de Sargadelos con los aperitivos que más me gustaban, unas anchoas sobre tomate rallado y hojas de albahaca y otra de queso de trufa con unas almendras tostadas
Volví a la cocina con rapidez y con temor. Estaban los tres sentados a la mesa vacía: los pequeños lloraban en silencio, mi marido ni me miró. El mantel estaba bien puesto.
-"¿Pero qué ha pasado?" -pregunté, al ver el destrozo que se esparcía por el suelo.
- El mantel estaba del revés -contestó él con una voz dura, tan dura como yo no la conocía.


                                                          La felicidad no se nota

       Si dijera que sentí dolor, mentiría. Le veía sangrar por la brecha que le habían hecho, se le saltaban las lágrimas, el pañuelo se le teñía de sangre y ninguno de los dos sabíamos qué hacer. Él lloraba, yo estaba serio. Por dentro, sentía una gran alegría. El destino se había encargado de dar cumplimiento a mis disimulados deseos de venganza. Llevaba mucho tiempo haciéndose el chulo. A medida que pasaba el tiempo y vi que no cesaba de salirle sangre, comencé a sentirme un poco culpable. ¡Quizá debía tener cuidado con mis deseos!


                                                          El escritor
               
Sintió la angustia del folio en blanco. Para conjurarlo, comenzó a trazar óvalos enlazados, como cuando aprendió a escribir en aquel cuaderno de caligrafía Palmer. El selenoide que dibujaba la punta fina de su bolígrafo se estiró y perdió la forma, a medida que su atención se despegaba del movimiento preciso de su mano. Se detuvo, miró atentamente y descubrió que, sin proponérselo, en una de las últimas líneas podía leer la palabra "amor". Al tiempo, sintió un sabor muy dulce en la boca. Siguió con los óvalos, que cada vez eran más irregulares. Concentró su atención en aquel sabor y sintió cómo el caparazón de miel escondía un corazón de acíbar. En los óvalos, convertidos ya en garabatos, descubrió la palabra “dolor”.


                                               La ceguera

No supo atarse los cordones de los zapatos. Aquel olvido definitivo había ido anunciándose con otros pequeños desarreglos que no le impedían acudir a su trabajo. Aquella mañana, su hija decidió comprarle unos sin cordones. Para lo que vino después ya no encontraron remedio. Más tarde, se dio cuenta de que todo había comenzado con aquel detalle. Desde entonces, cada vez que ve unos zapatos con los cordones sueltos, se angustia, imagina que su dueño ha comenzado ya el descenso por el sendero de lo peor.

                                                               Panteísmo

                Sentía la respiración de los tabiques y las palpitaciones de los techos. Si concentraba toda su atención en el pequeño espacio que ocupaba su vivienda, podía percibir la expansión del cosmos y la armonía de la música que emiten los planetas en sus órbitas. Más allá del silencio, habitaban músicas aún no oídas:  la respiración de las semillas, las nanas que cantan las ballenas a sus crías, el súbito despertar de los vencejos, el roce de las sedosas zarpas de los tigres...Todo aquello se le hacía presente en cuanto apaciguaba la inquietud de su mente, ese torbellino


                                                               Atardecer

             Me sentí perdida en mi propia calle. La luz de aquel sol de atardecer, a la altura de mis ojos, tintaba de cobre todo lo que iluminaba. También mis ojos se hicieron de metal.

               
                                                            El presente suficiente

             Perdí el avión aquel que no llegó a su destino. Todas mis maldiciones se tornaron en plegarias agradecidas. He dejado de luchar por mis deseos.

                                                           
                
                                                           
                                               



                                              



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