lunes, 23 de marzo de 2020

En el lugar equivocado


                                                  En el lugar equivocado

      Cuando cerró la puerta de su despacho tras la salida de aquella visita, se dio cuenta de que estaba en un lugar peligroso. No antes. Mientras hablaba con él, le pareció un hombre educado que buscaba la solución a un problema administrativo, nada distinto a otros empresarios del transporte que solían ocupar el mismo asiento a lo largo de su horario de atención al público. Le pareció de origen eslavo.  Era robusto, de cuello corto y brazos poderosos, con un reloj aparentemente caro en su mano izquierda y una cadena dorada en la muñeca de su derecha, hablaba un español cuidadoso con ligero acento extranjero, y el tono de sus palabras no superaban las modulaciones de una conversación amable. Con aquella forma de hablar, que intentaba ser persuasiva, fue haciéndole explícitas poco a poco sus intenciones. Al principio nada que desconociese, pero poco a poco fueron tornándose inquietantes, más inquietantes cuanto más se esforzaba la visita por sugerirlas sin llegar a darles el verdadero nombre. Sin embargo fue al verle levantarse de la silla y caminar hacia la puerta, al acercarse a él para acompañarle hacia la salida,  al observar la forma en que se desplazaba por el pasillo que llevaba a los ascensores y contemplar los pasos lentos, de rumiante herido, cuando cayó en la cuenta de que sus explicaciones no habían llegado a convencerlo y de que los razonamientos con los que había tratado de explicarle la imposibilidad de acceder a lo que le pedía habían sido tomados simplemente como una excusa.    
      - Y el caso es que tiene razón en lo que pide, incluso le ampara la Ley en su reclamación, pero no puedo hacerlo sin transgredirla yo – pensó, y un desasosiego distinto al que sentía en situaciones similares, una lucecita roja encendida en algún lugar de su cerebro parpadeó insistentemente y le sorprendió cuando terminó de cerrar la puerta.
      -Este hombre no está acostumbrado a perder –pensó- y fue este pensamiento el que le hizo darse cuenta de que trabajaba en un lugar peligroso.
        Corrían malos tiempos para los funcionarios de la Administración y peores para los de la administración valenciana; se lo había dicho muchas veces. Parecía como si, desde algún lugar extraño, personas siniestras hubiesen decidido su hundimiento. Allí, en aquella autonomía tradicionalmente socialista hasta las últimas votaciones, el partido gobernante hacía un ensayo menor de su proyecto de gobierno. El plan, dilatado en el tiempo pero muy seguro en su final, llevaba ya andado un largo trecho de su camino: primero fue abandonar su responsabilidad y compromiso de gestionar de lo público; sabían que el abandono traería consigo el deterioro, y que el deterioro abonaría el desprestigio; sólo en tercer lugar, con la opinión a favor de todos aquellos a quienes, sin conocer los motivos de la ineficiencia en los servicios que debía prestar, en su extrema debilidad provocada, intentar liquidarla; es decir, privatizar la gestión de los servicios. Él estaba asistiendo al inicio del tercer paso, incluso se veía colaborando en llevarlo a cabo, en contra de su voluntad, después de haber sufrido en otros puestos el abandono, el deterioro y el desprestigio acelerado. Definitivamente, pensó, la racionalidad misma está en soberano peligro, y la este ciego abandono no engendrará otra promesas que la frustración y el dolor.
      - No me pidan personal. Los puestos vacantes no se van a cubrir, Preparen un contrato de servicios con alguna de las empresas de cesión de personal – les había dicho el Director General de Transportes la primera y única vez que lograron hablar con él y explicarle las necesidades que el departamento tenía.
       Estaba convencido de que el abandono de lo público no era una casualidad. Se vestía de formas muy diferentes en cada órgano de dirección y encontraba entusiastas en muchas partes, pero él advertía como un cierto protocolo de derribo que seguían con precisión: la infrafinanciación, la veleidad en la selección de las personas que ponían al frente, la ausencia de control en el cumplimiento de los deberes de los funcionarios, la arbitrariedad en la asignación de los puestos de responsabilidad...
     Hubiera sido difícil argumentar la privatización de servicios que funcionasen con la competencia, con la equidad y el precio que puede hacerlo cualquier servicio público bien gestionado- pensaba-  pero si se financian deficientemente, se abandona su gestión, es decir, si se evita aplicar los principios de publicidad, igualdad y competencia en la provisión de los puestos de trabajo, si se coloca al frente de los departamentos a personas sin experiencia ni capacidad, individuos serviles y venales, pendientes solo de seguir congraciados con quien los nombró para el puesto, si se hace depender la promoción de los trabajadores del seguimiento de los dictados de quienes les han dado el empleo, no será necesario sino el paso del tiempo para que hasta el más espléndido palacio devenga en ruinas.
      Aquella mañana, la visita se había presentado, sin anunciarse,  en el vano de la puerta siempre abierta de su despacho. Saltarse el control de Amparo, la auxiliar que solía llevar el registro de quienes deseaban hablar con quienes atendían en los despachos, ya era un síntoma -pensó cuando ya se hubo marchado.
      Nada más entrar había cerrado la puerta.
      - Déjela, déjela abierta – le había dicho – este despacho está siempre abierto.
      Pero la visita no le había hecho caso. Había cerrado la puerta y se había dirigido hacia la mesa detrás de la cual, en su calidad de jefe de sección de autorizaciones de transporte, él se había alzado de su silla con la mano extendida, en señal de saludo.
      - “Soy el puto jefe de las autorizaciones de transportes de mercancías en Valencia” – decía, con un punto de ironía a sus antiguos compañeros de la administración, quienes desconocían aquel mundo de locos.
      - Buenos días, le había contestado. A lo mejor tenemos que hablar de cosas que no conviene que oigan todos – le había dicho para justificar la consciente desatención a sus palabras.
      No le había gustado aquella justificación, pero le pareció innecesario y descortés corregir su decisión. No tenía nada que ocultar, ni siquiera el miedo, que en aquel inicio no sentía.
      - Tome asiento –le dijo, señalando con su mano la silla frente a su mesa.- Dígame, continuó, dispuesto a oír más o menos lo de siempre y a contestar amablemente más o menos lo mismo.
     - En primer lugar, permítame que me presente. Me llamo Mardo Amir Zade, soy de origen Armenio, pero nacionalizado español, y soy el gerente de la empresa de transportes MAZTRANS. Usted sabrá que llevamos dos meses esperando las autorizaciones de transportes para cinco cabezas tractoras. He venido a ver cómo podemos arreglarlo.
      - Pues no, no lo sé. Son muchos los expedientes que se tramitan en esta sección. Me imagino que me está diciendo la verdad, porque se nos ha acumulado un atraso importante, que está afectando a muchas personas y tenemos muchas solicitudes pendientes de atender. Créame que lo siento. En estos momentos, la mitad de mi trabajo consiste en explicar estos atrasos y resolver las complicaciones que nos generan. Soy el primero en sufrir los efectos de esta falta de personal. Aunque ese no es su problema, me dirá y con razón.
      - Usted lo ha dicho – dijo moviendo afirmativamente su cabeza
      - Llevamos tres meses de atraso en la tramitación de solicitudes, pero no podemos hacer más de lo que hacemos- continuó.
      A pesar de llevar poco tiempo en la jefatura del departamento había llegado a la convicción de que sí se podía hacer más de lo que se hacía. Evidentemente, el atraso en la Administración nunca es casual y mucho menos cuando el procedimiento conllevaba unas tasas que pagaban sobradamente los gastos de tramitación. Pero de aquel atraso vivían muy bien, si bien fraudulentamente, muchas familias. Aquello no se podía decir, pero una vez que se ha comprendido, tampoco se puede dejar ya de pensar.
      - Dentro de mis competencias están las que se refieren a la organización del servicio, a las personas que tengo, pero no tengo competencias para contratar a más personal, que sería la única manera de solucionar el problema, el suyo y el nuestro, créame. Como sabe, al trabajo habitual se nos ha sumado la tramitación de las autorizaciones del tacógrafo digital. Estamos totalmente desbordados por el trabajo y no nos aumentan el número de trabajadores.  Ya sé que lo que le digo no constituye una justificación para usted, que pensará que esos son mis problemas...Se lo comento para que vea la dificultad de atender su petición...
      - Yo sé que también hay otras maneras. No he venido aquí para hablar de legalidades, sobre eso usted sabe más que yo. Tengo cinco camiones de veinticinco toneladas circulando por Europa sin la documentación necesaria, y eso es muy caro. Mire, yo llevo quince años en España, y desde que vine he tratado de ser legal, no porque sea un defensor de la legalidad, sino porque es más barato.
      Se dio cuenta enseguida de que aquella visita era especial y se puso a la defensiva.
      - Es otra forma de verlo – le concedió con una sonrisa.
      - Mire, circular sin la documentación me supone que mis camiones estén parados en las áreas de servicio desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche, y que en vez de poder hacer tres viajes por semana sólo puedan hacer uno y medio. Más lo que cuesta circular sin la documentación adecuada
      - ¿Quiere decir que están haciendo transporte internacional?
      - Sí, claro. No pensará usted que yo voy a tener parados los cinco camiones desde que solicité la documentación, hace dos meses.
      - Pues no, pero, no sé por qué, me imaginaba que estaban por las carreteras españolas. Se arriesgan ustedes mucho - le dijo, mientras aumentaba la oscuridad imaginada del mundo de sombras en que se movía el sector del transporte en España.
      - Yo tengo conductores que saben idiomas, que conocen las carreteras de Europa como usted puede conocer las de la Comunidad Valenciana. Nuestra empresa es muy competitiva en el transporte internacional. Perdemos mucho dinero con los camiones parados.
      - Aun así... Sigo pensando que corren muchos riesgos.
      - Bueno, sabemos a qué horas tenemos que circular y mis empleados tienen algunos amigos por las carreteras... Pero nos sale muy caro.
      En su cabeza se desplegó, como una secuencia de imágenes, la película de un viaje internacional: conductores que se transmiten con las luces mensajes en clave, agentes de aduanas que se hacen los distraídos, policías de tráfico que, de repente, se vuelven ciegos, cabezas tractoras que cambian de remolque en un aparcamiento...
      -¿Cuánto tiempo tendremos que esperar todavía? –preguntó sin dejar traslucir en la pregunta la ansiedad de la espera, sino la indiferencia de quien pregunta por la hora de la salida del cine.
      - Podría decirle una fecha, pero seguro que me equivocaría – le contestó como en otros casos.  Solo puedo decir el atraso que llevamos ahora en la tramitación, que es de sesenta y ocho días, pero cualquier enfermedad de alguno de los funcionarios, o la llegada de algún refuerzo, pueden alterar notablemente las previsiones que yo haga. No lo sé. No es probable que las gestionemos antes de quince días ni que tardemos más de dos meses.
      - Pero se podrá hacer algo... Me imagino. Mire, ya le he dicho que somos tremendamente competitivos en el transporte internacional, estamos abriendo nuevos mercados para las mercancías españolas, los productos hortofrutícolas están llegando hasta donde no se imagina, tenemos el proyecto de ampliar la empresa, y pronto necesitaremos más camiones. Me gustaría poder enseñarle nuestras instalaciones, que viese “in situ” lo que estamos haciendo.
      La presencia de aquel latinajo en su conversación le sorprendió al funcionario. No era normal oír a alguien del transporte expresarse con tal corrección y mucho menos oírle echar mano del latín. Indudablemente aquel hombre “sabía latín”, pensó.
      - Se lo agradezco- contestó como si en la conversación no hubiese aparecido lo que se anunciaba como intento de soborno-  El trabajo de este departamento me pide más horas que las que tiene mi horario. A ver si nos ponemos al día en la tramitación y tengo tiempo de poder pensar en algo distinto y más estimulante.
      - No se preocupe. Puede venir un fin de semana. Podemos preparar una “torrà de xulles” o una paella, si prefiere, y pasar el día. Estamos en Chiva, llega usted en un momento.
      Le extrañó la soltura con la que se manejaba en las expresiones más coloquiales- aquel hombre no cesaba de sorprenderle-, pero la novedad de aquella situación estaba comenzando a ponerle nervioso.            Como funcionario, hasta aquel momento, su trabajo se había limitado a tareas de despacho, y en aquel momento, aquel hombre le ofrecía algo que significaba que le reconocía como depositario de poder. Sus palabras le habían hecho entender que él había entrado ya en otra dimensión. De repente, se dio cuenta de que el poder de su puesto de trabajo trascendía lo meramente administrativo y aquella idea le disparó una reacción de pánico que le humedeció las manos. Se esforzó por mantener la seguridad en la voz, por no descomponer la compostura, por buscar una respuesta que no trasparentase la inseguridad que sentía ante su propuesta.
      - No se imagina lo liados que tenemos en casa los fines de semana, estamos criando y...
      - No se preocupe – le interrumpió, decidido a que ningún obstáculo se interpusiese en su empeño- puede venirse con la familia, también nosotros tenemos niños. Le aseguro que se lo pasarán bien.
Oírle hablar en plural le inquietaba. ¿A quién se refería cuando decía “nosotros”? 
      - No lo dudo – concedió, para poder negarse con un poco más de convencimiento. Sin embargo, no estoy seguro de que le pareciese una buena idea a mi mujer, bastante cansada ya con las horas extras de trabajo que me exige sacar esto adelante.
      - También podemos recogerle un sábado por la tarde y buscarle compañía – añadió con total tranquilidad.
      Se le hizo transparente la intención de las palabras que acaba de oír. Era la primera vez en su vida que, como funcionario, se le estaban ofreciendo ciertas cosas que no había imaginado que también le llegarían a él.
      - Se lo agradezco.
      - Le voy a ser franco – continuó hablando con tranquilidad aquel hombre de palabras amables e intenciones nada francas Ya le he dicho que nos interesa actuar dentro de la legalidad. Sé que los funcionarios españoles son personas competentes, que frecuentemente están sobrecargados de trabajo y que les cuesta cumplir con los plazos, que se retrasa la tramitación de los expedientes... En fin, no se imagina la cantidad de trámites que nos ha tocado hacer desde que vinimos a España. No vengo a pedirle nada ilegal, nosotros cumplimos todos los requisitos para poder tener las autorizaciones, en número de vehículos, en contratación de profesionales, en recursos económicos...Sólo le pido que nos adelante la tramitación de las autorizaciones. De mi vida en España he sacado la conclusión de que prefiero que las personas con quienes voy a trabajar, o que van a tomar decisiones que afectan a mis empresas, sean mis amigos. No vengo a pedirle nada, solamente a ofrecerle mi amistad.
      El hombre pedía algo razonable: no tener que esperar tres meses, con los camiones parados, para obtener unos permisos que la administración le exigía para poder trabajar. Algo que no suponía un gran coste para la administración, pues bastaría con la contratación de tres personas más en el departamento para que el plazo de tramitación se redujese a poco más de una semana. El coste que este atraso en la administración infligía a las empresas era difícil de justificar y aparentemente incomprensible. Pero quedaba claro su sentido cuando uno comprendía la intención, lo que con aquel atraso aparentemente justificado por la falta de funcionarios y por la congelación de las plantillas se buscaba. Hasta que logró entender las consecuencias de aquel desorden organizado le parecía estar en una casa de locos, cuando lo entendió, se dio cuenta de que quienes él trataba de locos eran consumados delincuentes, de guante blanco, eso sí.
      - Y yo valoro su ofrecimiento, y no puedo dejar de agradecerle que confíe tanto en mí desde el primer encuentro.
     - No, yo sé que usted es una persona recta, me he informado, y también sé que algunos de sus subordinados no lo son y se saltan sus indicaciones y alteran el orden de la tramitación de los expedientes, y sacan su sobresueldo, por esa razón he querido hablar con usted, porque yo no quiero entrar en ese juego.
      Había preparado concienzudamente su visita. Que conociese las irregularidades en la tramitación que infructuosamente él trataba de atajar desde su llegada a la jefatura, que se lo hubiese dicho a él y que quisiese usarlo en beneficio suyo le pareció parte de un plan de acoso bien trazado, no una casualidad.
     El día que en su cabeza se ataron todos los hilos que parecían sueltos se dio cuenta de que todo lo incomprensible adquiría un sentido. El atraso en la tramitación de las autorizaciones de transporte tenía sus beneficiarios: en primer lugar, las gestorías y las federaciones de transporte, que se dedicaban a tramitarlas, pues por algo que la administración cobraba 25 euros ellos pedían a los transportistas más de cien. Conscientemente, se había divulgado entre los profesionales del transporte la extrema dificultad de aquello que era un simple acto administrativo, y de aquella convicción vivían la mayoría de ellas. Pero la mayoría de los transportistas los pagaban a gusto, con tal de no perder un día de trabajo. Si hubieran llegado a saber que aquel trámite, si hubiera estado bien organizado, no debería exigirles más de media hora en una ventanilla de la administración, a lo mejor se lo habían pensado mejor. El desorden era también un campo propicio para que algunos funcionarios sacaran tajada sin correr demasiados riesgos
       Convencido de que todos tenemos un precio, aquel hombre había comenzado a dar vueltas, a tratar de encontrar el flanco débil de aquella resistencia, a intentar saber cuánto le iba a costar en esta ocasión. Actuaba con la convicción de hallarlo.
      - Nosotros podemos conseguirle a precios muy asequibles coches deportivos o de gran cilindrada – añadió.
      Nada le interesaba e él menos que un coche deportivo o de gran cilindrada. Desde poco después de sacarse el permiso de conducir había renunciado a utilizarlo, aunque seguía renovándolo cuando le tocaba, y había aprendido a organizarse la vida sin la ayuda ni el sometimiento al automóvil.
      - ¿Sí? – le preguntó, más extrañado que interesado por aquella nueva propuesta. Recordó la alusión que el Director General de Transporte les había hecho a los grandes vehículos que algunos auxiliares de aquel departamento de la administración conducían...
      - Sí, sí. Coches con su documentación en regla, que no le van a ocasionar a usted ningún problema – añadió con una cierta convicción de haber dado por fin con la puerta que se abría.
      - No siento ninguna atracción por los coches – le confesó con media sonrisa que pareció desconcertar aún más a su interlocutor. Nadie lo diría de alguien dedicado al transporte, ya sé, pero haber llegado a la gestión de las autorizaciones de transporte ha sido una burla del destino. Es el lugar donde nunca hubiera imaginado trabajar, una tarea de la Administración que incluso desconocía antes de llegar a aquí.
      - No me diga que es el único funcionario en la administración española que no se deja comprar – le soltó ya como un acto desesperado, aunque sin alterar el tono de sus palabras
      - No lo sé, no conozco toda la administración. Y le voy a decir más, no creo que sea así. A mí me pasa como a usted, que me gusta moverme en la legalidad. Todavía no he encontrado nada que me dé más satisfacción que tirarme en la cama y dormir a pierna suelta, algo que no siempre consigo en estos momentos, pero que me resultaría imposible si además de organizar con una mano el trabajo con criterios legales y de eficacia emplease la otra para desorganizarlo.
      Y, sin embargo, su esfuerzo por hacer respetar la legalidad también había comenzado a inquietarlo, a interferir en su sueño. Aquel intento cabreaba a mucha gente también, personas con poder, personas acostumbrada a tomar como un derecho lo que solo era una inveterada costumbre de saltárselo a conveniencia, personas dispuestas a hacer daño…
      Recordaba la advertencia de Pepe:
      -¡Cuidado, que un día vas por la autovía, y en cualquier adelantamiento a 120 por hora, un camión, como quien no quiere la cosa, te saca de la carretera! 
      -Lo entiendo –contesto condescendiente. No deseo entretenerle más. Tómese un tiempo para pensar en lo que hemos hablado aquí, quizá encuentre algo interesante – le dijo en ademán de levantarse
      - Le haré caso – le contestó para no romper el fingido tono amable de la conversación.
      Extendió la mano y se despidió. El tacto de las manos de ambos delataba la tensión que habían disimulado la formalidad de las palabras. El saludo fue breve y esquivo, las miradas directas de la llegada se habían vuelto ariscas y desdeñosas. Apurando los tiempos de cada movimiento se dirigió hacia la puerta que había permanecido cerrada, como quien se da por vencido.
      Fue entonces, mientras le veía caminar pesadamente hacia los ascensores, y observaba la cara de extrañeza de Amparo al verle salir sin que hubiese controlado su entrada, al volver a su despacho y cerrar la puerta, cuando tomó conciencia del ambiente de tormenta que se había instalado entre las cuatro paredes mientras hablaban, y le pareció encontrarse en un lugar peligroso.
      Por su mente pasaron, como en una película, las fotos tantas veces vistas de los abogados laboralistas de Atocha asesinados en 1977, aquella venganza de matones que pertenecían al sector del transporte. De aquello hacía justo treinta años, pero sin saber por qué, las fotos le parecieron muy recientes.

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