En
el lugar equivocado
Cuando cerró la puerta de su despacho tras la salida de
aquella visita, se dio cuenta de que estaba en un lugar peligroso. No antes.
Mientras hablaba con él, le pareció un hombre educado que buscaba la solución a
un problema administrativo, nada distinto a otros empresarios del transporte
que solían ocupar el mismo asiento a lo largo de su horario de atención al
público. Le pareció de origen eslavo. Era robusto, de cuello corto y brazos
poderosos, con un reloj aparentemente caro en su mano izquierda y una cadena
dorada en la muñeca de su derecha, hablaba un español cuidadoso con ligero
acento extranjero, y el tono de sus palabras no superaban las modulaciones de
una conversación amable. Con aquella forma de hablar, que intentaba ser
persuasiva, fue haciéndole explícitas poco a poco sus intenciones. Al principio
nada que desconociese, pero poco a poco fueron tornándose inquietantes, más
inquietantes cuanto más se esforzaba la visita por sugerirlas sin llegar a darles el
verdadero nombre. Sin embargo fue al verle levantarse de la silla y caminar
hacia la puerta, al acercarse a él para acompañarle hacia la salida, al observar la forma en que se desplazaba por
el pasillo que llevaba a los ascensores y contemplar los pasos lentos, de rumiante
herido, cuando cayó en la cuenta de que sus explicaciones no habían llegado a
convencerlo y de que los razonamientos con los que había tratado de explicarle
la imposibilidad de acceder a lo que le pedía habían sido tomados simplemente
como una excusa.
- Y el caso es que tiene razón en lo que pide, incluso le ampara
la Ley en su reclamación, pero no puedo hacerlo sin transgredirla yo – pensó, y
un desasosiego distinto al que sentía en situaciones similares, una lucecita
roja encendida en algún lugar de su cerebro parpadeó insistentemente y le
sorprendió cuando terminó de cerrar la puerta.
-Este hombre no está acostumbrado a perder –pensó- y fue este
pensamiento el que le hizo darse cuenta de que trabajaba en un lugar peligroso.
Corrían malos tiempos para los funcionarios de la
Administración y peores para los de la administración valenciana; se lo había
dicho muchas veces. Parecía como si, desde algún lugar extraño, personas
siniestras hubiesen decidido su hundimiento. Allí, en aquella autonomía
tradicionalmente socialista hasta las últimas votaciones, el partido gobernante
hacía un ensayo menor de su proyecto de gobierno. El plan, dilatado en el
tiempo pero muy seguro en su final, llevaba ya andado un largo trecho de su
camino: primero fue abandonar su
responsabilidad y compromiso de gestionar de lo público; sabían que el abandono traería
consigo el deterioro, y que el deterioro abonaría el desprestigio; sólo en
tercer lugar, con la opinión a favor de todos aquellos a quienes, sin conocer
los motivos de la ineficiencia en los servicios que debía prestar, en su
extrema debilidad provocada, intentar liquidarla; es decir, privatizar la
gestión de los servicios. Él estaba asistiendo al inicio del tercer paso,
incluso se veía colaborando en llevarlo a cabo, en contra de su voluntad,
después de haber sufrido en otros puestos el abandono, el deterioro y el
desprestigio acelerado. Definitivamente, pensó, la racionalidad misma está en soberano peligro, y la este ciego abandono no engendrará otra promesas que la frustración y el dolor.
- No me pidan personal. Los puestos vacantes no se van a
cubrir, Preparen un contrato de servicios con alguna de las empresas de cesión
de personal – les había dicho el Director General de Transportes la primera y
única vez que lograron hablar con él y explicarle las necesidades que el
departamento tenía.
Estaba convencido de que el abandono de lo público no era una
casualidad. Se vestía de formas muy diferentes en cada órgano de dirección y
encontraba entusiastas en muchas partes, pero él advertía como un cierto
protocolo de derribo que seguían con precisión: la infrafinanciación, la
veleidad en la selección de las personas que ponían al frente, la ausencia de
control en el cumplimiento de los deberes de los funcionarios, la arbitrariedad en la asignación de los puestos de responsabilidad...
Hubiera sido difícil argumentar la
privatización de servicios que funcionasen con la competencia, con la equidad y
el precio que puede hacerlo cualquier servicio público bien gestionado-
pensaba- pero si se financian
deficientemente, se abandona su gestión, es decir, si se evita aplicar los
principios de publicidad, igualdad y competencia en la provisión de los puestos
de trabajo, si se coloca al frente de los departamentos a personas sin
experiencia ni capacidad, individuos serviles y venales, pendientes solo de
seguir congraciados con quien los nombró para el puesto, si se hace depender la
promoción de los trabajadores del seguimiento de los dictados de quienes les
han dado el empleo, no será necesario sino el paso del tiempo para que hasta el
más espléndido palacio devenga en ruinas.
Aquella mañana, la visita se había presentado, sin
anunciarse, en el vano de la puerta
siempre abierta de su despacho. Saltarse el control de Amparo, la auxiliar que
solía llevar el registro de quienes deseaban hablar con quienes atendían en los
despachos, ya era un síntoma -pensó cuando ya se hubo marchado.
Nada más entrar había cerrado la puerta.
- Déjela, déjela abierta – le había dicho – este despacho
está siempre abierto.
Pero la visita no le había hecho caso. Había cerrado la
puerta y se había dirigido hacia la mesa detrás de la cual, en su calidad de
jefe de sección de autorizaciones de transporte, él se había alzado de su silla
con la mano extendida, en señal de saludo.
- “Soy el puto jefe de las autorizaciones de transportes de
mercancías en Valencia” – decía, con un punto de ironía a sus antiguos
compañeros de la administración, quienes desconocían aquel mundo de locos.
- Buenos días, le había contestado. A lo mejor tenemos que
hablar de cosas que no conviene que oigan todos – le había dicho para
justificar la consciente desatención a sus palabras.
No le había gustado aquella justificación, pero le pareció
innecesario y descortés corregir su decisión. No tenía nada que ocultar, ni
siquiera el miedo, que en aquel inicio no sentía.
- Tome asiento –le dijo, señalando con su mano la silla
frente a su mesa.- Dígame, continuó, dispuesto a oír más o menos lo de siempre
y a contestar amablemente más o menos lo mismo.
- En primer lugar, permítame que me presente. Me llamo Mardo
Amir Zade, soy de origen Armenio, pero nacionalizado español, y soy el gerente
de la empresa de transportes MAZTRANS. Usted sabrá que llevamos dos meses
esperando las autorizaciones de transportes para cinco cabezas tractoras. He
venido a ver cómo podemos arreglarlo.
- Pues no, no lo sé. Son muchos los expedientes que se
tramitan en esta sección. Me imagino que me está diciendo la verdad, porque se
nos ha acumulado un atraso importante, que está afectando a muchas personas y
tenemos muchas solicitudes pendientes de atender. Créame que lo siento. En
estos momentos, la mitad de mi trabajo consiste en explicar estos atrasos y
resolver las complicaciones que nos generan. Soy el primero en sufrir los
efectos de esta falta de personal. Aunque ese no es su problema, me dirá y con
razón.
- Usted lo ha dicho – dijo moviendo afirmativamente su cabeza
- Llevamos tres meses de atraso en la tramitación de
solicitudes, pero no podemos hacer más de lo que hacemos- continuó.
A pesar de llevar poco tiempo en la jefatura del departamento
había llegado a la convicción de que sí se podía hacer más de lo que se hacía.
Evidentemente, el atraso en la Administración nunca es casual y mucho menos
cuando el procedimiento conllevaba unas tasas que pagaban sobradamente los
gastos de tramitación. Pero de aquel atraso vivían muy bien, si bien
fraudulentamente, muchas familias. Aquello no se podía decir, pero una vez que
se ha comprendido, tampoco se puede dejar ya de pensar.
- Dentro de mis competencias están las que se refieren a la
organización del servicio, a las personas que tengo, pero no tengo competencias
para contratar a más personal, que sería la única manera de solucionar el
problema, el suyo y el nuestro, créame. Como sabe, al trabajo habitual se nos
ha sumado la tramitación de las autorizaciones del tacógrafo digital. Estamos
totalmente desbordados por el trabajo y no nos aumentan el número de
trabajadores. Ya sé que lo que le digo
no constituye una justificación para usted, que pensará que esos son mis
problemas...Se lo comento para que vea la dificultad de atender su petición...
- Yo sé que también hay otras maneras. No he venido aquí para
hablar de legalidades, sobre eso usted sabe más que yo. Tengo cinco camiones de
veinticinco toneladas circulando por Europa sin la documentación necesaria, y
eso es muy caro. Mire, yo llevo quince años en España, y desde que vine he
tratado de ser legal, no porque sea un defensor de la legalidad, sino porque es
más barato.
Se dio cuenta enseguida de que aquella visita era especial y
se puso a la defensiva.
- Es otra forma de verlo – le concedió con una sonrisa.
- Mire, circular sin la documentación me supone que mis
camiones estén parados en las áreas de servicio desde las ocho de la mañana
hasta las ocho de la noche, y que en vez de poder hacer tres viajes por semana
sólo puedan hacer uno y medio. Más lo que cuesta circular sin la documentación
adecuada
- ¿Quiere decir que están
haciendo transporte internacional?
- Sí, claro. No pensará usted que yo voy a tener parados los
cinco camiones desde que solicité la documentación, hace dos meses.
- Pues no, pero, no sé por qué, me imaginaba que estaban por
las carreteras españolas. Se arriesgan ustedes mucho - le dijo, mientras
aumentaba la oscuridad imaginada del mundo de sombras en que se movía el sector del transporte en España.
- Yo tengo conductores que saben idiomas, que conocen las
carreteras de Europa como usted puede conocer las de la Comunidad Valenciana.
Nuestra empresa es muy competitiva en el transporte internacional. Perdemos
mucho dinero con los camiones parados.
- Aun así... Sigo pensando que corren muchos riesgos.
- Bueno, sabemos a qué horas tenemos que circular y mis
empleados tienen algunos amigos por las carreteras... Pero nos sale muy caro.
En su cabeza se desplegó, como una secuencia de imágenes, la
película de un viaje internacional: conductores que se transmiten con las luces
mensajes en clave, agentes de aduanas que se hacen los distraídos, policías de
tráfico que, de repente, se vuelven ciegos, cabezas tractoras que cambian de
remolque en un aparcamiento...
-¿Cuánto tiempo tendremos que esperar todavía? –preguntó sin
dejar traslucir en la pregunta la ansiedad de la espera, sino la indiferencia
de quien pregunta por la hora de la salida del cine.
- Podría decirle una fecha, pero seguro que me equivocaría –
le contestó como en otros casos. Solo
puedo decir el atraso que llevamos ahora en la tramitación, que es de sesenta y
ocho días, pero cualquier enfermedad de alguno de los funcionarios, o la
llegada de algún refuerzo, pueden alterar notablemente las previsiones que yo
haga. No lo sé. No es probable que las gestionemos antes de quince días ni que
tardemos más de dos meses.
- Pero se podrá hacer algo... Me imagino. Mire, ya le he
dicho que somos tremendamente competitivos en el transporte internacional,
estamos abriendo nuevos mercados para las mercancías españolas, los productos hortofrutícolas
están llegando hasta donde no se imagina, tenemos el proyecto de ampliar la
empresa, y pronto necesitaremos más camiones. Me gustaría poder enseñarle
nuestras instalaciones, que viese “in situ” lo que estamos haciendo.
La presencia de aquel latinajo en su conversación le
sorprendió al funcionario. No era normal oír a alguien del transporte
expresarse con tal corrección y mucho menos oírle echar mano del latín.
Indudablemente aquel hombre “sabía latín”, pensó.
- Se lo agradezco- contestó como si en la conversación no
hubiese aparecido lo que se anunciaba como intento de soborno- El trabajo de este departamento me pide más
horas que las que tiene mi horario. A ver si nos ponemos al día en la
tramitación y tengo tiempo de poder pensar en algo distinto y más estimulante.
- No se preocupe. Puede venir un fin de semana. Podemos
preparar una “torrà de xulles” o una paella, si prefiere, y pasar el día.
Estamos en Chiva, llega usted en un momento.
Le extrañó la soltura con la que se manejaba en las
expresiones más coloquiales- aquel hombre no cesaba de sorprenderle-, pero la
novedad de aquella situación estaba comenzando a ponerle nervioso. Como
funcionario, hasta aquel momento, su trabajo se había limitado a tareas de
despacho, y en aquel momento, aquel hombre le ofrecía algo que significaba que
le reconocía como depositario de poder. Sus palabras le habían hecho entender
que él había entrado ya en otra dimensión. De repente, se dio cuenta de que el
poder de su puesto de trabajo trascendía lo meramente administrativo y aquella
idea le disparó una reacción de pánico que le humedeció las manos. Se esforzó
por mantener la seguridad en la voz, por no descomponer la compostura, por
buscar una respuesta que no trasparentase la inseguridad que sentía ante su
propuesta.
- No se imagina lo liados que tenemos en casa los fines de
semana, estamos criando y...
- No se preocupe – le interrumpió, decidido a que ningún
obstáculo se interpusiese en su empeño- puede venirse con la familia, también
nosotros tenemos niños. Le aseguro que se lo pasarán bien.
Oírle hablar en plural le inquietaba. ¿A quién se refería
cuando decía “nosotros”?
- No lo dudo – concedió, para poder negarse con un poco más
de convencimiento. Sin embargo, no estoy seguro de que le pareciese una buena
idea a mi mujer, bastante cansada ya con las horas extras de trabajo que me
exige sacar esto adelante.
- También podemos recogerle un sábado por la tarde y buscarle
compañía – añadió con total tranquilidad.
Se le hizo transparente la intención de las palabras que
acaba de oír. Era la primera vez en su vida que, como funcionario, se le
estaban ofreciendo ciertas cosas que no había imaginado que también le
llegarían a él.
- Se lo agradezco.
- Le voy a ser franco – continuó hablando con tranquilidad
aquel hombre de palabras amables e intenciones nada francas Ya le he dicho que
nos interesa actuar dentro de la legalidad. Sé que los funcionarios españoles
son personas competentes, que frecuentemente están sobrecargados de trabajo y
que les cuesta cumplir con los plazos, que se retrasa la tramitación de los expedientes...
En fin, no se imagina la cantidad de trámites que nos ha tocado hacer desde que
vinimos a España. No vengo a pedirle nada ilegal, nosotros cumplimos todos los
requisitos para poder tener las autorizaciones, en número de vehículos, en
contratación de profesionales, en recursos económicos...Sólo le pido que nos
adelante la tramitación de las autorizaciones. De mi vida en España he sacado
la conclusión de que prefiero que las personas con quienes voy a trabajar, o
que van a tomar decisiones que afectan a mis empresas, sean mis amigos. No
vengo a pedirle nada, solamente a ofrecerle mi amistad.
El hombre pedía algo razonable: no tener que esperar tres
meses, con los camiones parados, para obtener unos permisos que la
administración le exigía para poder trabajar. Algo que no suponía un gran coste
para la administración, pues bastaría con la contratación de tres personas más
en el departamento para que el plazo de tramitación se redujese a poco más de
una semana. El coste que este atraso en la administración infligía a las
empresas era difícil de justificar y aparentemente incomprensible. Pero quedaba
claro su sentido cuando uno comprendía la intención, lo que con aquel atraso
aparentemente justificado por la falta de funcionarios y por la congelación de las
plantillas se buscaba. Hasta que logró entender las consecuencias de aquel
desorden organizado le parecía estar en una casa de locos, cuando lo entendió,
se dio cuenta de que quienes él trataba de locos eran consumados delincuentes,
de guante blanco, eso sí.
- Y yo valoro su ofrecimiento, y no puedo dejar de
agradecerle que confíe tanto en mí desde el primer encuentro.
- No, yo sé que usted es una persona recta, me he informado,
y también sé que algunos de sus subordinados no lo son y se saltan sus indicaciones
y alteran el orden de la tramitación de los expedientes, y sacan su
sobresueldo, por esa razón he querido hablar con usted, porque yo no quiero
entrar en ese juego.
Había preparado concienzudamente su visita. Que conociese las
irregularidades en la tramitación que infructuosamente él trataba de atajar
desde su llegada a la jefatura, que se lo hubiese dicho a él y que quisiese
usarlo en beneficio suyo le pareció parte de un plan de acoso bien trazado, no
una casualidad.
El día que en su cabeza se ataron todos los hilos que
parecían sueltos se dio cuenta de que todo lo incomprensible adquiría un
sentido. El atraso en la tramitación de las autorizaciones de transporte tenía
sus beneficiarios: en primer lugar, las gestorías y las federaciones de
transporte, que se dedicaban a tramitarlas, pues por algo que la administración
cobraba 25 euros ellos pedían a los transportistas más de cien. Conscientemente,
se había divulgado entre los profesionales del transporte la extrema dificultad
de aquello que era un simple acto administrativo, y de aquella convicción
vivían la mayoría de ellas. Pero la mayoría de los transportistas los pagaban a
gusto, con tal de no perder un día de trabajo. Si hubieran llegado a saber que
aquel trámite, si hubiera estado bien organizado, no debería exigirles más de
media hora en una ventanilla de la administración, a lo mejor se lo habían
pensado mejor. El desorden era también un campo propicio para que algunos
funcionarios sacaran tajada sin correr demasiados riesgos
Convencido de que todos tenemos un precio, aquel hombre había
comenzado a dar vueltas, a tratar de encontrar el flanco débil de aquella
resistencia, a intentar saber cuánto le iba a costar en esta ocasión. Actuaba
con la convicción de hallarlo.
- Nosotros podemos conseguirle a precios muy asequibles
coches deportivos o de gran cilindrada – añadió.
Nada le interesaba e él menos que un coche deportivo o de
gran cilindrada. Desde poco después de sacarse el permiso de conducir había
renunciado a utilizarlo, aunque seguía renovándolo cuando le tocaba, y había
aprendido a organizarse la vida sin la ayuda ni el sometimiento al automóvil.
- ¿Sí? – le preguntó, más extrañado que interesado por
aquella nueva propuesta. Recordó la alusión que el Director General de
Transporte les había hecho a los grandes vehículos que algunos auxiliares de
aquel departamento de la administración conducían...
- Sí, sí. Coches con su documentación en regla, que no le van
a ocasionar a usted ningún problema – añadió con una cierta convicción de haber
dado por fin con la puerta que se abría.
- No siento ninguna atracción por los coches – le confesó con
media sonrisa que pareció desconcertar aún más a su interlocutor. Nadie lo
diría de alguien dedicado al transporte, ya sé, pero haber llegado a la gestión
de las autorizaciones de transporte ha sido una burla del destino. Es el lugar
donde nunca hubiera imaginado trabajar, una tarea de la Administración que
incluso desconocía antes de llegar a aquí.
- No me diga que es el único funcionario en la administración
española que no se deja comprar – le soltó ya como un acto desesperado, aunque
sin alterar el tono de sus palabras
- No lo sé, no conozco toda la administración. Y le voy a
decir más, no creo que sea así. A mí me pasa como a usted, que me gusta moverme
en la legalidad. Todavía no he encontrado nada que me dé más satisfacción que
tirarme en la cama y dormir a pierna suelta, algo que no siempre consigo en
estos momentos, pero que me resultaría imposible si además de organizar con
una mano el trabajo con criterios legales y de eficacia emplease la otra para
desorganizarlo.
Y, sin embargo, su esfuerzo por hacer respetar la legalidad
también había comenzado a inquietarlo, a interferir en su sueño. Aquel intento
cabreaba a mucha gente también, personas con poder, personas acostumbrada a
tomar como un derecho lo que solo era una inveterada costumbre de saltárselo a
conveniencia, personas dispuestas a hacer daño…
Recordaba la advertencia de Pepe:
-¡Cuidado, que un día vas por la autovía, y en cualquier
adelantamiento a 120 por hora, un camión, como quien no quiere la cosa, te saca
de la carretera!
-Lo entiendo –contesto condescendiente. No deseo entretenerle
más. Tómese un tiempo para pensar en lo que hemos hablado aquí, quizá encuentre
algo interesante – le dijo en ademán de levantarse
- Le haré caso – le contestó para no romper el fingido tono
amable de la conversación.
Extendió la mano y se despidió. El tacto de las manos de
ambos delataba la tensión que habían disimulado la formalidad de las palabras.
El saludo fue breve y esquivo, las miradas directas de la llegada se habían vuelto
ariscas y desdeñosas. Apurando los tiempos de cada movimiento se dirigió hacia
la puerta que había permanecido cerrada, como quien se da por vencido.
Fue entonces, mientras le veía caminar pesadamente hacia los
ascensores, y observaba la cara de extrañeza de Amparo al verle salir sin que hubiese
controlado su entrada, al volver a su despacho y cerrar la puerta, cuando tomó
conciencia del ambiente de tormenta que se había instalado entre las cuatro
paredes mientras hablaban, y le pareció encontrarse en un lugar peligroso.
Por su mente pasaron, como en una película, las fotos tantas
veces vistas de los abogados laboralistas de Atocha asesinados en 1977, aquella
venganza de matones que pertenecían al sector del transporte. De aquello hacía
justo treinta años, pero sin saber por qué, las fotos le parecieron muy
recientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario