¿Saldremos de esta?
No
me gusta la expresión. Me parece pariente de otra, castiza: “no hay mal que
dure cien años”. Las dos exhalan un aire de fatalidad que me asfixia.
Me
suena a expresión mezquina, pues parece desconocer que hay miles de personas
que ya no van a salir de esta, y otras muchas miles que van a llevar un peso en
el corazón, porque dejaron a sus mayores en una residencia que no ha respondido a sus promesas,
porque fueron innecesariamente donde no tenían que ir, porque se abrazaron y
besaron a personas que no querían, o se dejaron abrazar y besar por ellas por cortesía, porque se tomaron a la ligera las admoniciones de
quienes sabían…y de todo ello se derivaron perjuicios irremediables para quienes
de verdad quieren o para ellos mismos.
Así
que la palabra “saldremos” encierra una mentira. ¿Quizá, quien la dice se ha
contado ya, anticipadamente, entre quienes saldrán? ¿Con qué derecho? ¿Conoce alguien, anticipadamente, su destino? ¿Realmente se lo cree, o siente ese pequeño vacío que deja en la conciencia la
repetición compulsiva de palabras y eslóganes que no han nacido de nosotros?
¿Y
si alguien está seguro de salir, está seguro de que lo que venga tras la salida será mejor que el
presente? Todos sabemos que las guerras que nuestra generación ha visto solo en
las imágenes de las televisiones son mucho peores que este régimen de aislamiento, que el tamaño de la crueldad y la estupidez posibles entre los hombres carece de límites. Los niños y jóvenes que se libraron en 1918 de la "peste española" fueron la carne de cañón de la segunda guerra mundial, y sus venturosos padres, quienes la organizaron o fueron incapaces de detenerla.
¿Estamos seguros de no haber creado una sociedad cuya complejidad ya no alcanzamos a comprender? Quizá cabalgamos un caballo para el que no tenemos riendas, quizá la potencia de la máquina en la que viajamos es superior a la potencia de sus frenos, quizá es el primer aviso, y todo lo que viene detrás ( que no podemos siquiera conjeturar, como ya nos ha pasado otras veces) nos supere muchos codos por encima de nuestra capacidad de comprensión, por encima de nuestro aguante físico, por encima de la tecnología que hemos inventado para las tareas ordinarias del día a día: comprar lo innecesario, comer mucho más de la cuenta, viajar por no saber estarnos quietos, buscar en la farmacia un consuelo a los pesares que no nos hemos parado a sentir...
¿Estamos seguros de no haber creado una sociedad cuya complejidad ya no alcanzamos a comprender? Quizá cabalgamos un caballo para el que no tenemos riendas, quizá la potencia de la máquina en la que viajamos es superior a la potencia de sus frenos, quizá es el primer aviso, y todo lo que viene detrás ( que no podemos siquiera conjeturar, como ya nos ha pasado otras veces) nos supere muchos codos por encima de nuestra capacidad de comprensión, por encima de nuestro aguante físico, por encima de la tecnología que hemos inventado para las tareas ordinarias del día a día: comprar lo innecesario, comer mucho más de la cuenta, viajar por no saber estarnos quietos, buscar en la farmacia un consuelo a los pesares que no nos hemos parado a sentir...
¿A
qué aludimos con la palabra “esta”? ¿A la pandemia, solamente?
Sabemos
que es un virus mortal, pero que su letalidad se dispara en la desorganización,
en la escasez de recursos adecuados, en el amontonamiento de los pacientes, en
la improvisación, en la ausencia de profesionales preparados, en la veleidad de
las poblaciones ante los mensajes de quienes tienen la responsabilidad (porque
los hemos elegido nosotros) de organizar estos días difíciles.
¿También
vamos a salir de esta?
Porque
con la misma certeza que sabemos que saldremos de esta, podemos hacernos
profetas y decir que vendrán otras, que aún no sospechamos. Nada nos asegura que no lleguemos a hacer verdad aquellas
palabras del gran pesimista Sánchez Ferlosio:“vendrán más años malos y nos harán
más ciegos.”
¿Nos
encontrarán desorganizados, sin medios adecuados, sin hospitales suficientes, sin
suficientes profesionales para entender lo que venga y señalarnos el camino o
hallar el remedio, sin responsables de tomar decisiones colectivas capaces de
responder a las exigencias del momento?
¡Tantas
cosas nos han pasado ya, y nos han encontrado desprevenidos, torpes, mal dirigidos, y la gestión de
nuestros responsables no ha hecho sino multiplicar el primer daño con el que se
hicieron presentes!
Que
somos capaces de actuaciones heroicas, claro, a la fuerza ahorcan. Mucho más
capaces que de la acción justa y planificada. Nos cuesta la organización y nos
sobra impaciencia; nos sobra ingenio para reírnos cuando vienen mal dadas y nos
falta inteligencia para aprender de los errores; nos encanta sentirnos
ocurrentes, improvisadores, geniales, virtudes débiles todas ellas, ineficaces
cuando las cosas se ponen serias, a vida o muerte.
Ya estamos olfateando el futuro, un futuro que, en nuestra impaciencia, visualizamos ya como el tiempo en el que nuestro acontecer vuelva a tomar la forma repetida de lo conocido. Entregados a esa fantasía perdemos este tiempo, saldremos sin haber madurado para las exigencias que ese tiempo venidero nos demandará, porque ese tiempo vendrá con exigencias no previstas e imprevisibles y corremos el riesgo de ser atropellados, como quien camina de espaldas al torrente de la vida.
¿Saldremos también de esta?
¿Saldremos también de esta?
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